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 Todo empezó en enero de 2013. Acudí a un tratamiento dental que había iniciado en diciembre anterior.

Una incrustación y una limpieza dental después de las cuales comencé a notar cambios en un órgano al cual en realidad le había puesto muy poca atención: la lengua.

Unas vesículas sobre la superficie aparecieron acompañadas de ardor, razón por la cual llamé a la dentista que me había atendido.

No es nada – me dijo y me prescribió telefónicamente un ungüento el cual hizo que las vesículas desaparecieran, pero no así el ardor. 

Pasaron los días y la sensación de quemazón justo en la punta de la lengua continuaba. Era la primera vez que me ocurría algo semejante.

En el momento en el que empecé a escribir esta historia, no tenía idea de la importancia de algunos detalles.

 Desde niña había tenido problemas bucales debido a que mi boca es pequeña, su apertura no es tan amplia y con frecuencia me sangraban las encías, una condición conocida como gingivitis. Mis padres sufrieron con su dentadura desde jóvenes. Parecía algo hereditario.

En mi caso, también desde muy joven, muchas de mis piezas fueron reparadas con amalgamas. Hoy existe un gran debate al respecto al uso de las amalgamas y aunque muchos dentistas consideran que siguen siendo las más resistentes, grupos y organizaciones se manifiestan en contra de su uso debido a sus efectos neurotóxicos.

Incluso la OMS ha recomendado evitar su uso en niños y embarazadas.

 

Cuando me casé, comencé a ser tratada por el dentista que tenía su consultorio en el edificio de departamentos en el cual vivíamos.

Sin embargo, en esa ocasión, y habiéndonos mudado tiempo atrás de casa, acudí con otra dentista que me habían recomendado.

Es común escuchar que “la mejor escuela es la que te queda más cerca”, pero en este caso me preguntaba, si la historia hubiera sido distinta de haber acudido con el dentista de siempre.

En esa época, rentaba un consultorio en un conocido hospital del sur de la ciudad, el cual compartía con otros médicos, entre ellos un neurólogo.

Al hablarle de mis molestias, me dijo: A ver, saca la lengua-

En una revisión rápida en el pasillo y dado que las vesículas habían desaparecido, no encontró evidencia que le indicara de alguna alteración por lo que se apresuró a decirme:

No tienes nada. Haz enjuagues con té de manzanilla lo más caliente que lo toleres- y se marchó apresurado.

La molestia no mejoró a pesar de seguir sus indicaciones; pero lo que más me incomodaba, fue la manera en cómo había negado lo que yo sentía.

Ya tenía yo varios días sintiendo esa quemazón en la lengua, y aunque nunca fue incapacitante, ni interfería con mi vida, mi molestia era real. Yo seguía comiendo y hablando con normalidad, pero era incómodo, como una piedra en el zapato.

Pensé entonces en las pacientes con fibromialgia, un síndrome complejo el cual apenas comienza a comprenderse.

Estas pacientes, en su mayoría mujeres, sufren severos dolores en todo el cuerpo además de otros síntomas como fatiga crónica, malestares estomacales, entre otros.

Las mismas son vistas con frecuencia como histéricas, hipocondriacas, y otros calificativos que les atribuyen quienes piensan que las molestias de aquellas están solo en su imaginación.

Desde luego que la sensación en mi lengua nunca fue semejante a lo que estas pacientes pueden experimentar, quienes además del desdeño con el que se les trata, ven deteriorada su calidad de vida.

Aunque no era mi caso, creo que en cualquiera de ellos los profesionales de la salud debemos hacer hincapié en una de las facultades humanas esenciales para esta labor: la empatía.

Una amiga, aquejada de otro tipo de cuestiones me decía que prefería no hablar de ellas ni ir al médico porque sentía que era vista como alguien con mucha imaginación.

Pienso que este tipo de actitudes pueden desalentar el hecho de que algunas personas puedan ser tratadas efectivamente en el momento adecuado y con ello tener consecuencias importantes en su salud.

Creo también que el dolor es una señal de nuestro cuerpo que nos avisa que algo no está bien y que desde luego se ve influida por diversos factores, como por ejemplo el estado emocional, pero si te duele o te molesta algo, debes consultar al médico.

Y éste, además de hacer el diagnóstico y prescribir el tratamiento adecuado, debe poseer la suficiente empatía para entender tus molestias.

 

Solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos-
Antoine de Saint Exupery

Continúa leyendo esta historia en Mi boca en llamas, mi viaje de sanación para recuperar mi salud

 

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